
Quizás era demasiado tarde para huir, pero no pude evitarlo.
Las miradas solitarias de aquel vagón me atravesaron nada mas entrar. Dando tumbos por el largo e inestable pasillo llegué a los únicos asientos libres y no dudé en colocarme junto a la ventana.
El sol manifestaba su presencia a través de esa cortina anaranjada. Bajo el cobre desteñido que había proyectado aquel trozo de tela, mi cabeza seguía dándole vueltas a lo mismo. Quería dejar de pensar en lo que estaba haciendo. Huía, pero sabía que no era lo correcto. Deseaba dejar atrás todo, aquellas cosas que habían hecho de mi vida un pozo en el que solo encontraba basura, recuerdos podridos y desgastados que me había cansado ya de utilizar. Soñaba con que todos aquellos desaliños pasaran tan rápidamente como el paisaje que corría tras ese cristal en el que podía ver reflejada la mirada del cobarde- y yo era la más pusilánime de aquel tren-. En el interior de mis pupilas reflejadas, pude distinguir cómo un pequeño pájaro seguía el ritmo que marcaba mi vista. Esa extraña criatura desapareció con un simple parpadeo dejando en su lugar diminutas estrellas que abandonaban brillantes perlas, formando éstas a su vez, una figura perfecta envuelta en un halo de colores. Aquel arco iris de melancólicas sensaciones ocultaba el rostro de ese ser, que por alguna razón inyectó un dulce veneno en mis venas. Un narcótico que estaba segura de haberlo probado antes.
Bajo los efectos de aquella afable droga, la aureola cromática, que rodeaba al cuerpo anónimo, fue desapareciendo hasta hacer visible el mismo rostro del pecado. Sus ojos eran inconfundibles, su anatomía inverosímil, sus labios…sus labios eran míos.
- Lo sientes, ¿verdad? Sientes como entra y te gusta. No intentes huir, sabes que es tarde. El angustioso veneno del amor esta divagando lentamente por tu interior. La solución no es escapar.-
Aquella boca rojo fuego y color pasión se acercaba lentamente, dispuesta a acariciar mis labios. Y al sentir el roce ardiente, desperté. Habíamos llegado.
Marina L.
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