domingo, 17 de enero de 2010

Al otro lado*

Salió de su casa sigilosamente. El fuerte viento le abatió el pelo, hasta retirarlo completamente de su cara. No había nadie por la calle. Caminó sola, acompañada del ruido de sus pasos. Un ruido sonoro por aquel tacón de vértigo. Eran sus zapatos preferidos, que aunque pareciese mentira, eran a su juicio de lo más cómodos. Se aproximaba a la parada. Un resquicio de pánico se adueñó de su cara durante unos segundos. Las farolas se apagaron a su paso. Pero en un abrir y cerrar de ojos todo volvió a la normalidad. Llegó a aquella solitaria parada, donde se encontró bajo la luz parpadeante de la farola. Sentía el frió en cada rincón de su cuerpo. Esperó de pie, mirando al horizonte, en la misma dirección del viento. Estaba deseando que llegase el autobús. El frío era cada vez más intenso, el causante de una lagrima cristalina que resbaló por la cola de su ojo.
Observaba el paisaje que tenía frente a sí. Una fusión entre lo natural y lo industrial. Cientos de árboles sumergidos en la sombra daban paso a millones de luces incandescentes. Le habría encantado, en aquel momento, tener pincel y lienzo a mano para poder captar ese cuadro único. Pero entonces lo vio. Es difícil describir aquella primera sensación de querer estar en sus brazos aun sin conocerlo, sin si quiera haber sentido el roce de sus palabras en su oído. Y aquella magia, que la envolvió durante aquellos intensos segundos, se la llevó el viento que le alborotó el pelo. Nunca debería haber cruzado la calle. Nunca debería haber estado allí.
Lo tenía entre sus brazos, como había deseado hacía tan sólo un instante, acarició su rostro ensangrentado y besó sus labios ya pálidos por el impacto, pero aun así tan hermosos y tan dulces como había soñado, llevándose consigo el último suspiro de dos vidas desconocidas.

Marina L.

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