
Puedes perder la esperanza, es cierto. Puedes sentirte muerto, aun notando el dolor de las lágrimas abrasando tus mejillas, es cierto. Puedes estar lleno de rabia, y calmarla con solo escuchar una palabra de su dulce boca. Puedes morirte, pero no importarte. Puedes sentirlo todo y nada, es cierto.
Hubiera dado lo que fuera por que aquel viento que me acariciaba fueran sus manos. Me sentía tan pequeño, incluso viendo el entramado de calles diminutas, que bailaban al compás del frenético ruido de la cuidad, desde lo alto de ese edificio. Era pequeño y tan eternamente infeliz, no podía explicarlo. Todo se desprendía de mí. Se había ido, mi sonrisa se había ido. Se fueron, mis ganas de vivir se fueron. Me olvidó, la energía me olvidó. Me abandonaron, ella y la ilusión.
¿Sabes qué? Nunca la tuve, nunca estuve más cerca de ella que una mirada. Pero era mágico. Era tan irreal aunque asombroso el sentirla sin rozarla. Enamorarse de sus pasos, su infinita sonrisa y sus palabras. Esas palabras que más tarde odiaría, pero que no podría dejar de anhelar el delicado sonido que emanaban.
¿Sabes qué? Lo habría dado todo. Todo por un “te quiero” como aquel. El brillo de sus ojos vestía su rostro, impenetrable y fugaz para mí. Y sus labios rosados alumbraron aquellas dos palabras.
Fue una pena, lo sé. Fue una pena que aquel traidor se las llevara consigo, las utilizara y luego las dejara marchar, solas y llorando por la tonta ilusión que él les vendió.
Es una pena que hoy escriba el punto final de esta carta, de este amor y de esta vida. Pero… ¿sabes qué? Empezaré de cero, comenzaré a vivir. Tenlo claro, es cierto.
Marina L.