sábado, 30 de enero de 2010

Adios*


Puedes perder la esperanza, es cierto. Puedes sentirte muerto, aun notando el dolor de las lágrimas abrasando tus mejillas, es cierto. Puedes estar lleno de rabia, y calmarla con solo escuchar una palabra de su dulce boca. Puedes morirte, pero no importarte. Puedes sentirlo todo y nada, es cierto.
Hubiera dado lo que fuera por que aquel viento que me acariciaba fueran sus manos. Me sentía tan pequeño, incluso viendo el entramado de calles diminutas, que bailaban al compás del frenético ruido de la cuidad, desde lo alto de ese edificio. Era pequeño y tan eternamente infeliz, no podía explicarlo. Todo se desprendía de mí. Se había ido, mi sonrisa se había ido. Se fueron, mis ganas de vivir se fueron. Me olvidó, la energía me olvidó. Me abandonaron, ella y la ilusión.
¿Sabes qué? Nunca la tuve, nunca estuve más cerca de ella que una mirada. Pero era mágico. Era tan irreal aunque asombroso el sentirla sin rozarla. Enamorarse de sus pasos, su infinita sonrisa y sus palabras. Esas palabras que más tarde odiaría, pero que no podría dejar de anhelar el delicado sonido que emanaban.
¿Sabes qué? Lo habría dado todo. Todo por un “te quiero” como aquel. El brillo de sus ojos vestía su rostro, impenetrable y fugaz para mí. Y sus labios rosados alumbraron aquellas dos palabras.
Fue una pena, lo sé. Fue una pena que aquel traidor se las llevara consigo, las utilizara y luego las dejara marchar, solas y llorando por la tonta ilusión que él les vendió.
Es una pena que hoy escriba el punto final de esta carta, de este amor y de esta vida. Pero… ¿sabes qué? Empezaré de cero, comenzaré a vivir. Tenlo claro, es cierto.

Marina L.

viernes, 29 de enero de 2010

Aguas destiladas*


Todas las personas cambian, y yo me dí cuenta aquella noche. Tal vez los efectos del alcohol mezclados con la brisa marina de un amanecer en la playa alteraron mis ideas, mis decisiones o lo que fuera aquello que estaba haciendo; pero el caso es que fue el momento más crucial e inesperado que jamás imaginé.
Por aquella ventana de marcos viejos y persianas ruidosas y carcomidas por el padre tiempo, escaparon mucho más que los ronquidos de las dos personas con las que compartía habitación. De aquella cornisa saltaron al olvido los suspiros cargados de ingenuas proposiciones tomadas por capricho, de todas esas cosas que durante tanto tiempo había considerado importantes.
¿Nunca has sentido la necesidad de hacer las maletas y largarte sin más a ningún lugar? Pues bien, hazlo. Pero nunca huyas. Te aseguro que fue lo mejor de aquel misterioso viaje. Ese principio en el que, aunque ebria, decidí mi final.

Marina L.

Sin fecha de caducidad*


“Las verdaderas historias de amor son las más fugaces.” Y tenía toda la razón. Aquella anciana de labios hundidos y cabellos quebrados, que tanto tiempo había estado dedicada a la soledad, era a mi juicio, una de las personas más sabias de aquel elegante barco tan hipócrita.
“Jamás pensé que eso fuera cierto, siempre esperé más. Pero mírame, aquí estoy, engalanada con los mejores trapos que verás en mucho tiempo, brillante y estupenda como la decoración de este salón, y acompañada, únicamente, por esta frágil sonrisa que envuelve los pedazos que llevo dentro y oculta un interior destrozado y roto por la vanidad de una esperanza.
Sólo hoy, al ver tus ojos perdidos y tu mirada tránsfuga, me he dado cuenta que cuanto busqué, lo hallé. Esperamos una larga historia, pero nunca nadie dijo que los cuentos fuesen eternos, pequeña. Puedes sentirlo todo en un minuto, y al siguiente perder cuanto lograste. Esa es la magia del amor…supongo.”
Y sus ojos se cerraron al compás que floreció la sonrisa más sincera que había visto nunca. Su rostro envejecido y sus facciones marchitadas, brillaban como aquellos diamantes que lucía en el cuello.
“Y yo la tuve. Sí, la tuve. Fue fugaz, pero de una intensidad que sólo la brevedad sabe pintar. Una noche en la que gané una ilusión y terminó un sueño: mi anhelada historia de amor.”

Marina L.

jueves, 28 de enero de 2010

Una historia de dos*



Un hombre sin sentimientos. Así me describía aquella mojada noche de septiembre, en la que la luna luchaba por abrirse paso entre las nubes e iluminar con una tenue luz mi rostro oscuro en las tinieblas. Mi piel rozaba la suave manta que me cabalgaba sobre las piernas mientras se me cerraban los ojos por una apacible brisa de invierno. Esbozando sueños aun despierto, imaginaba ese mundo en que el sol erizaba mi piel, reflejando un blanco sonrisa en el cristal de la habitación. De repente mis ojos se abrieron como platos al oír el destemplado chillido de un niño llorando en plena calle. Un bebé apareció delante de mi puerta, abandonado y sin ninguna nota que lo delatase.
Aquel mágico viento que despedía el verano recorrió mi cuerpo, al igual que aquella sensación inundó mi rostro. Sus pequeños ojos aún grises e inocentes se clavaron en mi corazón remendado y tan desgastado por el padre tiempo. Sin pensar en mis actos, no dudé en acoger a esa pequeña criatura que el dichoso destino había hecho llegar hasta mí. Era incapaz de dejar de darle vueltas a la cabeza pensando quién o qué semejante engendro había podido abandonar a aquella pequeña e indefensa criatura en el portal de una casa desconocida.
No pensé otra cosa que alimentarlo y cambiarlo, pero me fue imposible. Carecía de los utensilios adecuados, nadie me había explicado cómo cuidar un niño. Corrí a la silleta donde se encontraba la criatura en busca de un libro de instrucciones, pero al poco desistí. Tenía que ingeniármelas.
Allí estábamos, frente a frente. Sus diminutas facciones se enfrentaban enrabietadas a las mías marcadas por el cansancio y esas líneas del tiempo que se me habían dibujado casi sin darme cuenta. Lágrimas inciertas nacían de sus ojos incansables, mientras yo, ensimismado en cesar su llanto, daba por perdida cualquier esperanza de hacerme con la situación.
Cogí aquel cuerpo tan frágil entre mis brazos y lo apoye sobre mi pecho. Jamás olvidaré aquel instante. Ese momento en que, después de tanto tiempo, volví a sentir la vida al rozar mi apagado corazón con sus torpes latidos. Noté de nuevo el amor por mis venas, fluyendo entre los glóbulos rojos. En aquel instante supe que nunca lo podría apartar de mi y que era lo que había anhelado desde hacia mucho tiempo. Toda esa emoción se manifestó sin quererlo en una intensa lágrima. Me había devuelto la vida.
Me tumbe en la cama con el bebé sobre mi y caímos rendidos a los deseos y sueños de la esponjosa almohada, cómplice de mis noches de soledad.

Rubén H. y Marina L.

miércoles, 27 de enero de 2010

Blancas ilusiones*


Podría describirla en una palabra, ingenua. Era demasiado joven e inocente para darse cuenta de la cruda realidad. Su vida era un sueño en el que el propio devenir vestía de flores y de ilusión, adornado con un velo que llenaba de rosa su mundo y no la dejaba ver más allá de la felicidad.
Será imposible olvidar aquella página de su diario, escrita con una caligrafía impecable y cuyas frases desprendían un dulce olor a fresa. Aquella confesión que leí días antes de su muerte, era la declaración mas certera que había visto en mucho tiempo. –Mucha gente debería tenerla entre sus manos- pensé.

Querido diario,
Hoy me siento un tanto melancólica. Me falta algo. Anhelo aquello que está en cualquier rincón, aquello que se llama amor. Desearía tener a esa persona especial a mi lado o al menos, conocerla y decir: Sí, es él, lo he encontrado.
Pero no es tan fácil. Sabría describir a mi chico ideal y todas aquellas cosas que me gustaría hacer a su lado, en unas cuantas páginas. Aunque prefiero hacerlo a mi manera.
*Cosas especiales de mi chico ideal y aquello que me gustaría hacer con él:
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Estas son algunas de esas cosas. Estoy segura que no hacen falta palabras, ni que esto quede por escrito como un manual de instrucciones. Se que el día que él aparezca descubrirá y llenará con hechos cada uno de esos guiones. Hasta entonces permaneceré aquí, en el silencio de esta habitación, extrañando esos besos inciertos que endulzan mi fantasía y a la vez me amargan el momento, cuando vuelvo a la realidad y sigo viendo estas malditas frases blancas.

Metí la mano al bolsillo y rompí aquella lista de objetivos a cumplir por el que fuera el hombre de mi vida. Se habían acabado los esquemas para mí.

Marina L.

viernes, 22 de enero de 2010

Ciudad eterna*


El grito de las ruedas y el suave frenazo me avisaron de que el trayecto había llegado a su fin. Aquella sensación de grandiosidad, entusiasmo y admiración empezó a adueñarse de mis gestos nada más rozar esos adoquines de cuidad antigua con el caucho de mis zapatos. Sin más equipaje que una maleta y un corazón lleno de parches, caminaba con rumbo desconocido. Absorta por aquellas calles bañadas de historia, podía empaparme de pasado e imaginar ese mundo de gladiadores y esclavos, princesas y dioses, que durante mil horas había esbozado al deslizar mis ojos entre las líneas de aquellos libros y apuntes que tanto me embelesaban.
Creando mi propia fantasía tintada de legendarias batallas y repasando con la memoria cada característica de cualquier rincón barroco, me había adentrado en una travesía, desviándome del camino que aquel señor, de espeso bigote blanco y ese tono italiano que tanto me gustaba, me había marcado hacia el hostal mas barato. El impacto se hizo presente en todas y cada una de mis facciones, me brillaban los ojos y mi boca entreabierta no respondía. Frente a mi estaba aquel famoso anfiteatro, que todo el mundo ha visto en fotos, pero que pocos han podido disfrutar- u otros que simplemente no han sabido- de su magia en persona. El grandioso Coliseo se mostraba dispuesto a posar desnudo ante el objetivo de mi cámara.
El enfoque era perfecto, una luz única que resaltaba aun más la belleza de aquellos tres órdenes que componían su fachada. Tenía el botón hábilmente pulsado, cuando una gran sombra apareció frente al aparato.

Marina L.

jueves, 21 de enero de 2010

Éxodo de razón*


Quizás era demasiado tarde para huir, pero no pude evitarlo.
Las miradas solitarias de aquel vagón me atravesaron nada mas entrar. Dando tumbos por el largo e inestable pasillo llegué a los únicos asientos libres y no dudé en colocarme junto a la ventana.
El sol manifestaba su presencia a través de esa cortina anaranjada. Bajo el cobre desteñido que había proyectado aquel trozo de tela, mi cabeza seguía dándole vueltas a lo mismo. Quería dejar de pensar en lo que estaba haciendo. Huía, pero sabía que no era lo correcto. Deseaba dejar atrás todo, aquellas cosas que habían hecho de mi vida un pozo en el que solo encontraba basura, recuerdos podridos y desgastados que me había cansado ya de utilizar. Soñaba con que todos aquellos desaliños pasaran tan rápidamente como el paisaje que corría tras ese cristal en el que podía ver reflejada la mirada del cobarde- y yo era la más pusilánime de aquel tren-. En el interior de mis pupilas reflejadas, pude distinguir cómo un pequeño pájaro seguía el ritmo que marcaba mi vista. Esa extraña criatura desapareció con un simple parpadeo dejando en su lugar diminutas estrellas que abandonaban brillantes perlas, formando éstas a su vez, una figura perfecta envuelta en un halo de colores. Aquel arco iris de melancólicas sensaciones ocultaba el rostro de ese ser, que por alguna razón inyectó un dulce veneno en mis venas. Un narcótico que estaba segura de haberlo probado antes.
Bajo los efectos de aquella afable droga, la aureola cromática, que rodeaba al cuerpo anónimo, fue desapareciendo hasta hacer visible el mismo rostro del pecado. Sus ojos eran inconfundibles, su anatomía inverosímil, sus labios…sus labios eran míos.
- Lo sientes, ¿verdad? Sientes como entra y te gusta. No intentes huir, sabes que es tarde. El angustioso veneno del amor esta divagando lentamente por tu interior. La solución no es escapar.-
Aquella boca rojo fuego y color pasión se acercaba lentamente, dispuesta a acariciar mis labios. Y al sentir el roce ardiente, desperté. Habíamos llegado.

Marina L.

martes, 19 de enero de 2010

Un recuerdo*

-Perdona, ¿te conozco?-
Y me largué sin más. Tanto tiempo esperando este momento para darme cuenta de que todo fue un gran error. Todas aquellas noches soñando ese instante en el que sus ojos volvieran a abrirse ante los míos y me acariciara con aquel brillo que me erizaba la piel, habían sido destrozadas por el estridente sonido que emanó de esas palabras.
Huí con la ira y la vergüenza cargadas a mi espalda. Estaba sola, literalmente abandonada en una cuidad donde reinaba el sol. -¿Dónde está la gente?- me preguntaba a mis misma, mientras el rey del cielo quemaba mi piel y me dilataba las pupilas.
Pululando por calles vestidas de oro no podía evitar escuchar los gritos de los recuerdos que me ardían en la cabeza y me chamuscaban el corazón.
Ya tenía claro que no era una de las personas mas interesantes que te puedes encontrar en la vida, que mi personalidad tal vez era similar a la de miles de individuos, sabía que tan solo era un ser sencillo y normal, pero nunca pude imaginar que fuera tan poco. ¿Cómo se puede borrar tan fácilmente a una persona con la que has compartido un año de tu vida? Tantos momentos que invadieron una larga historia de caricias y besos, quedó enterrada en lo más oscuro y profundo del olvido, en lo hondo de ese mar de oxido en el que nunca querrás ahogarte.
Entre odio, recuerdos y lágrimas, había acelerado mi paso sin percatarme prácticamente de ello. Estaba en una calle sin salida, cortada por esas obras que atravesaban la nuez de la ciudad. Al fondo, había un hombre. Todo ocurrió en un instante. Lo ultimo que recuerdo, ver caer sus pantalones.
-¿Estás bien?- sus palabras retumbaron en mi hueca cabeza.
Parpadeé insistentemente para asegurarme que no era una alucinación. Estaba frente a mí, sosteniéndome entre sus brazos. Me había salvado.
- Siento no reconocerte, pero es esta maldita enfermedad. Es extraño, sin embargo, tus labios me resultan familiares.-

Marina L.

lunes, 18 de enero de 2010

Sabor a blanco y negro*


Ahí seguía. Ya ni si quiera recordaba su existencia, pero ahí estaba. Doblada como el primer día, colocada en el mismo lugar, entre las mismas hojas de esa carpeta que me había acompañado durante tanto tiempo. Nunca quise sacar aquella foto de su sitio, más bien no quise sacarlo a él de mi vida.
Sus brazos rodeaban mi cintura con delicadeza, mis manos acariciaban sus hombros con dulzura, nuestras sonrisas se unían dando un resplandor único a la cámara. Me quedé mirando fijamente aquellos ojos culpables de toda mi historia, de tantas alegrías y desilusiones creadas por esos dos cristales azules que me habían robado hasta la última gota de razón. Sentí miedo. Aparté rápidamente la vista de su rostro, y reparé en la mirada que yo misma sostenía en la fotografía. Las palabras amor e ilusión se escondían tras el lenguaje del brillo singular que regala la luna a altas horas. Pero es imposible ocultar la realidad, y toda esa quimera de colores y delicias se tornó en blanco y negro, tal y como aquel retrato que sufría entre mis manos, temblorosas por el maldito recuerdo que había despertado. No dejé de repetirme una y otra vez que debía ser fuerte -o al menos que la soltara cuanto antes- pero ya era tarde. La emoción y la nostalgia vagaron transeúntes por el camino del corazón, por la avenida de la mente, y al fin, se hicieron ocupas de mis actos. Aquella imagen, que ya empezaba a arderme sobre las rodillas, quedó empapada por sus propias victimas, lagrimas melancólicas que empezaron a inundar la armonía de los recuerdos. Y entonces, sonó el teléfono.

Marina L.

domingo, 17 de enero de 2010

Al otro lado*

Salió de su casa sigilosamente. El fuerte viento le abatió el pelo, hasta retirarlo completamente de su cara. No había nadie por la calle. Caminó sola, acompañada del ruido de sus pasos. Un ruido sonoro por aquel tacón de vértigo. Eran sus zapatos preferidos, que aunque pareciese mentira, eran a su juicio de lo más cómodos. Se aproximaba a la parada. Un resquicio de pánico se adueñó de su cara durante unos segundos. Las farolas se apagaron a su paso. Pero en un abrir y cerrar de ojos todo volvió a la normalidad. Llegó a aquella solitaria parada, donde se encontró bajo la luz parpadeante de la farola. Sentía el frió en cada rincón de su cuerpo. Esperó de pie, mirando al horizonte, en la misma dirección del viento. Estaba deseando que llegase el autobús. El frío era cada vez más intenso, el causante de una lagrima cristalina que resbaló por la cola de su ojo.
Observaba el paisaje que tenía frente a sí. Una fusión entre lo natural y lo industrial. Cientos de árboles sumergidos en la sombra daban paso a millones de luces incandescentes. Le habría encantado, en aquel momento, tener pincel y lienzo a mano para poder captar ese cuadro único. Pero entonces lo vio. Es difícil describir aquella primera sensación de querer estar en sus brazos aun sin conocerlo, sin si quiera haber sentido el roce de sus palabras en su oído. Y aquella magia, que la envolvió durante aquellos intensos segundos, se la llevó el viento que le alborotó el pelo. Nunca debería haber cruzado la calle. Nunca debería haber estado allí.
Lo tenía entre sus brazos, como había deseado hacía tan sólo un instante, acarició su rostro ensangrentado y besó sus labios ya pálidos por el impacto, pero aun así tan hermosos y tan dulces como había soñado, llevándose consigo el último suspiro de dos vidas desconocidas.

Marina L.

 

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