
Me encanta el color anaranjado de las tardes de verano, cuando el sol se enfrenta tímidamente a la oscuridad dejándose ver casi con más fuerza, si me apuras. Aún lo recuerdo. Aquella tarde el naranja de sus rayos era más fuerte, capaz de inundarlo todo. Las vías del tren brillaban como nunca, dejando al descubierto una estructura de hierro que jamás habría imaginado bonita. La luz se colaba entre las piedras de la vía creando un contraste de luces y sombras que escapaba a la realidad. El tren, parado en su último destino, dejaba que el sol jugara a sus anchas por los asientos y pasillos. La estación vestía el naranja casi mejor que él.
Fue un instante el que cambió mi vida. No pude ver sus ojos, pero sí sentir sus brazos rodeándome. Un extraño, en realidad, no era más. El extraño de la noche anterior ahora estaba allí, rogándome que no cogiera aquel tren e intentando ganar un beso.
“Eres preciosa”. No bastó más. Había algo en su voz, en aquella forma de tocarme, que me impulsaba a estar con él. Apenas un roce, no llegó a la categoría de beso siquiera, pero conseguimos congelar el tiempo aún estando a treinta grados.
Siempre pensé que las escenas de enamorados en la estación tan sólo eran cosa de película. Me equivocaba. Fuimos por un instante dos protagonistas bajo el cielo anaranjado de una tarde de verano, con el tiempo en su contra y con el miedo de una distancia que no querían imaginar en cuanto ella pisara el tren. Juntos, el uno contra el otro, a un suspiro de darse un beso cargado del deseo de volver a verse.
Y las puertas se cerraron. Él fuera, aún parado en la estación, cual artista sin su musa. Yo dentro, dirección contraria a sus brazos, pero con la seguridad de que aquel beso jamás quedaría inacabado.
El león azul
Marina L.
me gusta me gusta :)!
ResponderEliminaraquí me tienes, escribiendo un blog, pero no en verso como he escrito hasta ahora. el verso me lo reservo y sólo lo verá una persona (sabes ya quien es jaja) pues nada, te sigo y espero tu visita y opinión sobre mi blog. un beso :)!