domingo, 23 de mayo de 2010

XI.


Vale, lo admito. Me hace gracia. Me hace gracia ver cómo te arrastras, cómo sueltas tu melena y te crees mejor que nadie, cómo ha subido tu falso ego en un minuto, cómo aquellas lágrimas que prometiste fueron menos hipócritas que tú, en cuando a su amor.
Mira, no es por meterme en la vida ajena, pero esto me incumbe a mí también. Si eres la mejor, la insuperable, la más guapa, la más alta… ¿por qué copias? No puedes dedicarte a ser tú misma, ¿sabes por qué? Porque en realidad no sabes quién eres. No sabes que tras esa bonita fachada, llena de tu fiel amigo el maquillaje, no hay más que papeles en blanco, no hay nada más que una transparencia innata que deja entrever todas tus carencias. Cariño, el tinte no pinta tu falta de personalidad.
Te daré un consejo, deja de lado toda esa ropa de marca “Envidia” que tanto te gusta vestir, te saldrá más rentable. Estamos en crisis, recuerda.
Pero tranquila, no te creas otra vez la protagonista, hoy no sólo tengo palabras para ti. También voy a encargarme de él, ese insulso que, al contrario que tú, no se arrastra, pues es demasiado para hacer eso. Es tan perfecto, tan guapo, tan “listo” (anda, mira ¡cómo tú!), tan capaz de hacer una cola de chicas tales como tú a sus pies, tan cabrón. Pero lo que más te gusta es lo rebelde que es siempre, lo “guay” que es cuando está con sus amigos, la manera indiferente con la que te trata y todos esos estufidos que te da. Te gusta lo machote que es, pues puede beberse veinte cubatas en una noche y luego coger el coche; porque puede pasarse una tarde entera fumando mierda con sus amigos y luego decirte cuánto te quiere. Qué triste que el olor a porro te recuerde a él.
Pero lo sabes. Sabes que te encanta y sabes que puede cambiar esos “pequeños detalles” en un futuro. ¡Aún es joven! No te preocupes amiga, claro que sí, el puede enamorarse de ti. Pero, por favor, no dejes a las demás mujeres rozando el suelo. Creo que aún existe algo de eso que llaman dignidad, ¿recuerdas?
Sí, es una especie en extinción.

HB
Marina L.

miércoles, 19 de mayo de 2010

X.


Bienvenida al mundo otra vez. Al fin he regresado, estaba segura de que esas semanas no durarían para siempre- o al menos sólo me quedaba que esa esperanza fuera cierta-. Sí, ahora puedo admitir que tuve miedo. No me enfrenté a esta libreta por falta de tiempo, sino por el miedo que sentía y que no podía identificar. Era incapaz de pensar acerca de mí, de lo que me estaba pasando, de lo que sentía. No lograba entenderme, estaba mal y no sabía, o más bien, no quería saber el por qué.
No tenía fuerzas, era como ir drogada a base de calmantes todo el día, como despertar después de una dosis de anestesia general. La Ley de Murphy era entonces mi ley de vida: si algo puede salir mal, saldrá mal. Lloraba sin más, las lágrimas fugitivas de mis ojos corrían a sus anchas por mi cara y me empapaban la almohada, cuando no, la montaña de folios con trabajos a medio hacer, que inundaba mi escritorio.
La agenda, siempre abierta encima de la mesilla, rebosaba de tachones rojos; de advertencias en amarillo chillón; de letras, números y siglas en lápiz; de frases sin sentido bordeando el papel y dibujando el orden más caótico. Y aún con esa esquinita troquelada que estaba deseando quitar. Esos trozos de papel, casi rotos por el peso de la tinta, eran los que más disfrutaban de mi mirada histérica. Eran el refugio de mi nerviosismo, la medicación que me ofrecía un resquicio de tranquilidad; aparte de mis famosas pastillas para la ansiedad. Sí, han vuelto, junto a la hiperventilación.
En realidad, no quería enfrentarme a mí misma. Temía poder topar con algo verdaderamente peor que todo aquel desastre superficial, porque en el fondo sabía que había algo en mi cabeza. Tal vez anhelos, tal vez recuerdos, quizá añoranzas de lo nunca tenido. De todas formas, me encontraba demasiado débil para averiguarlo.
Había perdido, incluso, la escasa confianza en mí, que poco a poco iba logrando. No era capaz, ni siquiera de coger un bolígrafo y escribir una sola frase. Nada valía, todo estaba mal.
Hoy aún queda algo de esa sensación, pero por fin he tenido el valor de sentarme a escribir estas banalidades de altas horas.
Perdonadme, se llama bloqueo emocional.

HB
Marina L.

domingo, 2 de mayo de 2010

IX.


Me costaba enfocar con la vista mi propia letra en el papel. Había estado todo el día delante de la pantalla del ordenador, mirando pero no viendo. Me metí en mi mundo abstracto aunque melancólico. Tan sólo me apetecía escuchar canciones con tonos graves y notas lentas, ver películas sin más efectos especiales que un beso.
Era un típico domingo de esos en los que no haces nada, que está nublado y no te levantas del sofá. Los domingos que mucha gente adora. Para mí son repugnantes. Malgastas un día de tu vida a la semana, que encima es festivo. Nunca lo entenderé.
Odio esos domingos porque, en mi vida, son los días tristes, los días en los que aflora la soledad de una manera que resulta incluso palpable. Son los días de recuerdos, de anhelar lo que fue, lo que perdiste y lo que no tienes. También días de envidia, cuando ves a familias felices vestidas de domingo, a parejas celosas del tiempo, a los novios de la Iglesia.
Pero ya ves, odiaba esos domingos de no hacer nada y ahí estaba yo, creando la hipocresía esclafada en una silla y con los ojos haciendo chiribitas. La verdad es que no tenía fuerzas como para ponerme a actuar, ni si quiera fuerzas para escribir.
Necesitaba llorar, tan sólo quería un día para llorar por nada. Lo necesitaba. Quería dejar mis lágrimas libres, sin dar ninguna explicación. Acurrucarme en la cama entre suspiros. Empapar pañuelos de nostalgias.
Es extraño, lo sé. Pero no puedo explicarlo. Verás, en mi vida hay días amarillos, esos en los que me siento yo, cuando sé que no hay nada más en mí que yo misma; días grises, en los que, como su propio nombre indica, mi vida no es más que una nube gris. También días blancos, que son y no son, esos en que no pasa absolutamente nada ni si quiera por tu cabeza. Y los domingos.

HB
Marina L.
 

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