
Nunca. Nunca mis escritos habían empezado con otra palabra que no fuera “nunca”. Comenzaban y terminaban, todos y cada uno de ellos, con ese término que para mí era igual a principio y equivalente a fin. “Nunca”, puede marcar el final de una etapa y por consiguiente, el principio de otra; y es en este caso cuando “nunca” se convierte en el preámbulo de una nueva experiencia. Pero, “nunca” también es igual a jamás, y jamás es igual a no volver a vivirlo.
Me di cuenta aquella noche de lluvia. Cobijada bajo la sombra del paraguas, seguía, únicamente, el ruido de mis pasos reduciendo al silencio las gotas que mojaban insistentemente el camino. No sabría explicarte el porqué decidí cambiar esa odiosa manía de mirar al suelo mientras caminaba, pero sé que aquella noche lo hice, alcé la vista al frente y no pude evitar sorprenderme. Fue como descubrir un nuevo horizonte, descifrar el valor escondido de la lluvia y sentir el brillo del asfalto como espejo de mis huellas.
Una pequeña sonrisa se me escapó de entre los labios, igual que la imaginación voló recreando en mi mente la fotografía más perfecta que había visto. Yo diría que incluso el aire era diferente, el olor a tierra mojada que tanto odiaba, ahora era más dulce, más suave; se podía respirar mejor. Calmé mi frecuente marcha acelerada, disfrutando de las nuevas sensaciones que una decisión, en un momento determinado, puede ofrecerte sin ningún tipo de interés. Sentía, no el frio, sino el refrescante aliento del rocío acariciarme la cara, escuchaba la música del agua al caer, como pequeños ríos, por el alcantarillado; mientras en mi cabeza nadaba un nuevo pensamiento. Aquel pensamiento que me hizo cambiar los “nuncas” por los “siempres”. Nunca volvería a mirar desde arriba, ahora siempre miraría de frente. Siempre.
Marina L.