
Y me encantaba ver como seguían revolcándose en la mierda, en su propio ego y en su propio engaño. Creían que el mundo estaba en su mano, que todos comían a la hora que ellos querían. Ahora te mueres de hambre, luego te doy migas. Eran dueños de todo, dueños de todos. Sí, de toda esa falacia que consideraban su vida.
¿Pensabais que sois los mejores a la hora de manipular, verdad? Porque, claro, nadie se da cuenta de que los estabais engañando como a perros.
Si se tratara de un relato de terror diría que mis ojos estaban inyectados en sangre y que, con cuchillo en mano, me dirigía a asesinar sin pudor a todo aquel que me estorbara. Pero no, en realidad el rencor que nunca se había manifestado, ocupaba ahora el lugar de la sangre; y en vez de un cuchillo como alma letal, tenía un bolígrafo dispuesto a matar con palabras cualquier injusticia, a cualquier injusto más bien; a todos los que se habían creído superiores- sí, superiores en grado de idiotez, diría yo-; los que convirtieron mi vida en la cinta de la caja de un supermercado; y así seguiría, nombrando a más de la decena de miserables que habían pasado por mi vida hasta el momento. ¡Y dios sabe los que quedarían!
Aunque aquella noche ya cerré el pacto de condiciones impuestas a partir de entonces, conmigo misma. Era hora de bajar la barrera, de restringir el paso y ponerle freno a este tráfico de memeces- por no decir mamones, simplemente- que me conducían al borde de la locura más racional. Porque era en estos casos cuando mi “yo” más ecuánime se plantaba ahí, causando una guerra en mi interior. Y me ardía la sangre al pensar que andaban por ahí sueltos, por el mundo como reyes por palacio. ¡Con la de futuras víctimas que no estaban al tanto de sus delitos!
Pero así es la vida, y así va el mundo...supongo.
HB
Marina L.