lunes, 13 de febrero de 2012

Sólo ellos


Escuchaba el teléfono sonar desde mi bolsillo trasero del pantalón. Ni si quiera me molesté en mirar a quién se lo ocurría llamar aquel día gris y blanco en que la nieve no dejaba al descubierto ni un ápice de paisaje, ni si quiera de alegría. El humo de mi cigarro se confundía con el vaho de aquel ambiente tan húmedo y cortante. Sentía dolor en las manos, como si el hielo que se había formado en las ventanas estuviera haciendo las veces de guante.
Era cinco de enero y no precisamente un día muy especial para mí. Me sentía sola, incluso la inspiración me había abandonado. Desde que me había marchado de casa y, por ende, de mi país, le había cogido una tirria inaguantable a los días de Navidad.
Mientras terminaba aquel cigarro a ritmo de caladas prolongadas, por mi cabeza divagaban preguntas sobre mi existencia que pronto resultarían peligrosas. Pero antes de llegar al porqué de toda aquella maraña de odio, tristeza y soledad, las voces de dos personas hablando en un idioma que me resultó más que familiar irrumpieron mi voz interior.

-Cariño, esta noche vienen los Reyes Magos. ¿Qué les vamos a preparar a los niños?- la ilusión de aquella mujer de aspecto tan español como el mío, se podía leer en su voz y en el brillo que proyectaban sus ojos.
-Ya no estamos en España, y los niños ya van teniendo una edad. ¿No crees que deberíamos decírselo?-
-¿Decirles el qué?- dijo ella con expresión inocente.
-Que los Reyes Magos no existen.- dijo rotundo el que, a mi parecer, debía ser el padre.

Y se perdieron calle abajo, por un camino de suelo blanco y silencio incómodo, desapareciendo entre un manto de neblina.
Sin más, mientras veía como se evaporaban sus huellas, recordé en silencio cuando alguien me dijo una vez que los Reyes Magos no existen. Durante años lo creí. Creí que aquellos tres señores no podían existir, pues personas tan perfectas no pueden hallarse en este mundo. Son ellos los encargados de llevar cada año la ilusión casa por casa. Sólo ellos son capaces de hacer que cualquier niño se vaya a la cama temprano con la esperanza de que al día siguiente sea el mejor día de su vida. Ellos animan y consiguen que te portes bien durante toda tu vida, pues te enseñan que sin esfuerzo nunca habrá recompensa. Incluso te hacen aprender que en esta vida no todo son regalos, sino que el que lo busca también puede tropezarse con un buen pedrusco de carbón. Sólo ellos pueden hacer sonreír a cientos de niños a la vez. Ellos nos vigilan siempre, desde lo más alto, para que nunca nos equivoquemos. Y es que sólo ellos pueden hacer crecer en tu interior los nervios de una ilusión inhumana. Sólo ellos pueden sacar a relucir lo mejor de nosotros: nuestra felicidad.
Entonces, aquel día frío en el que minutos atrás había maldecido mi existencia, encendí la luz que me había tenido tanto tiempo a oscuras. Veinte años más tarde y más sola que nunca, me había dado cuenta al fin de que los Reyes Magos sí existen. Pero no son tres, sino dos.
Supongo que aquel que dijo que los Reyes Magos son los padres, se había dado cuenta de esa realidad mucho antes que yo. Sólo ellos son los reyes capaces de dibujar ilusión en nuestras vidas y, sobre todo, son los magos que hacen que exista un amor tan grande.
Y las oí llegar, las esperadas musas volvían a mi vida. Después de tanto tiempo la imaginación había vuelto. Entonces, lo supe. Aquel libro que estaba apunto de terminar iría dedicado enteramente a aquellas dos personas que me lo habían dado todo: Ellos, mis dos queridos Reyes Magos.
Y al descolgar el teléfono y escuchar su voz, tan dulce y cálida como solo sabe una madre, me eché a llorar. Tan sólo les echaba de menos.

Marina L.
 

.